“Cuando no tenía nada, volví a lo que me hacía feliz”

Paulina tenía 28 años cuando perdió su empleo como asistente administrativa. La empresa en la que trabajaba cerró de un día para otro, y con ello se esfumaron su ingreso fijo, su rutina y su sensación de estabilidad. Al principio, intentó seguir el camino tradicional: enviar currículums, buscar vacantes, tocar puertas. Pero después de semanas sin respuesta y con los ahorros agotándose, comenzó a sentir que se estaba hundiendo en una ansiedad silenciosa.

Un día, buscando distraerse, sacó sus acuarelas. Desde niña le gustaba pintar, pero lo había dejado de lado por “cosas más importantes”. Sin embargo, esa tarde algo cambió: pintar la hizo sentirse viva. Empezó a compartir sus obras en redes sociales, sin expectativas. Para su sorpresa, comenzaron a llegar comentarios, luego encargos pequeños, y finalmente pedidos personalizados. Sin darse cuenta, su hobby empezó a abrirle una nueva puerta.

Paulina invirtió lo poco que tenía en mejorar sus materiales, aprendió sobre tiendas en línea, empaques bonitos y marketing por Instagram. Se unió a ferias de emprendedoras locales y ofreció talleres virtuales de ilustración emocional. No fue fácil —hubo semanas sin ventas, dudas y mucho cansancio— pero nunca se sintió tan conectada consigo misma. Lo que antes era un pasatiempo, se convirtió en una forma de vivir... y de sanar.

Hoy, Paulina vive de sus ilustraciones. Tiene una tienda en línea, clientes internacionales y una comunidad que admira su trabajo. Su historia demuestra que, a veces, la respuesta no está en seguir buscando lo que perdiste, sino en redescubrir lo que siempre estuvo dentro de ti: eso que amas hacer y que puede —con valor y constancia— convertirse en tu forma de vida.

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“Mi discapacidad no me limitó; lo que me limitaba era cómo me veía a mí mismo”